José Pilar Quezada Valdès -sentado a la izquierda- y Agustín Caloca Cortés -Sentado a la derecha- alumnos en el Seminario de Guadalajaraa
... "en la Iglesia conviven asnos, mulos y machos cabríos, algunos tan salvajes que se sienten deseos de matarlos, pero no es posible porque 'el Amo quiere recibirlos todos en buen estado'."
El Cura de Torcy a su colega de Ambricourt, en: "Diario de un Cura Rural", de Bernanos.

jueves, 23 de noviembre de 2017

FRAY JUAN BAUTISTA MOYA: PADRE DE LA IGLESIA EN LA COSTA DEL MAR DEL SUR O DE ACAPULCO




FRAY JUAN BAUTISTA MOYA: PADRE DE LA IGLESIA EN LA COSTA DEL MAR DEL SUR O DE ACAPULCO.
Pbro. Lic. Juan Carlos Flores Rivas

         La obra Americana Thebaida nos transmite el título de gloria de Fray Juan Bautista Moya: legítimo Padre, recordado por los indios, y venerado hoy como casi santo. Lo que hoy llamamos Costa Grande, era llamada en el siglo XVI costa del mar del sur o de Acapulco, y más específicamente, Provincia de Zacatula.
         ¿Qué impactaba de la vida de este venerable? La forma como se presentaba: “Sin más ajuar que los alimentos del espíritu, un breviario, una cruz y una disciplina, a pie y descalzo, sin admitir para el dilatado camino cosa alguna, fiando el sustento de la bolsa del Señor, despensa inagotable”.
         Su gran penitencia y mortificación personal con la que acompañaba su actividad evangelizadora, tuvo, en la Costa del Sur, su máxima expresión. Su hábito era de la más tosca tela que se podía encontrar, y a esto le agregaba el cilicio, con el cual se flagelaba, derramando su sangre. Esta púrpura vertida, fue como la sangre del Cordero con que ablandó los diamantinos corazones de los bárbaros tarascos y mexicanos de la Costa del Sur. Tanta sangre vertía, tan crueles eran los azotes, que los mismos indios, se suyo nada compasivos, le arrebataban de las manos el cilicio para que no siguiera mortificándose, para que se introdujera en sus venas la nobilísima sangre de Cristo crucificado.
         El hábito religioso, fue convertido en cilicio vivo, esto, conociendo lo ardiente de la Costa del Sur, procuró estrecharlo tanto, que a fuerza casi introducía en él su mortificado cuerpo. Siendo este de la más áspera jerga. Intolerable en la tierra caliente, donde más bien los suelen usar amplios y de tela delgada, para que el viento pueda refrescar los cuerpos.
         Es un suelo el de la Costa del Sur, que los montes vomitaban fuego, el medio lo habitaban fieros leones, y las faldas de las serranías las habitaban multiplicados venenosos animales. Al sumo calor que en aquellos lugares existía, quiso el Supremo Hacedor, añadirle para hacer más inhabitable aquél infierno. Una innumerable multitud de mosquitos, tantos y tan varios, que sólo los que han transitado por éste país, darán alguna noticia de su crecida muchedumbre, que llegan incluso a impedir la luz del sol, e impiden incluso que se pueda cultivar la tierra por ser tantos. Plagas de mosquitos que no impedían a Fray Juan Bautista Moya caminar por los parajes, soportando estoicamente el tormento, ofreciéndolo por las almas de los fieles. Incluso, en las soledades, ponía cruces, y se colocaba en ellas, para sentirse de aquél modo crucificado, y sentir los tormentos que padeció Cristo en el afrentoso leño.
         Era tanta su entrega, incansable caminar por esas tierras inclementes, los peñascos de aquél suelo, que recorría esos caminos descalzo, vino a quedar sin los extremos de los dedos de los pies y de las manos.
         Oración intensa, era la fuente de donde este Juan Bautista Moya sacaba sus fuerzas, con éxtasis y arrobamientos. Testigos dan fe, haberlo visto elevarse en oración profunda. Como compendio de su mucha oración mental, se dice que caminando o durmiendo, oraba. Agregando al Oficio (Liturgia de las Horas), innumerables jaculatorias, sobre todo invocando los dulces nombres de Jesús y de María, vivas saetas salían de aquél corazón abrasado de amor. Inmensa devoción era, como de esperarse, la manera con que celebraba la Santa Misa.
         Sólo un sentimiento expresó Fray Juan Bautista Moya a sus hermanos religiosos antes de morir: que no había merecido por sus culpas, que el Señor le concediese el haber entregado su vida en el servicio, pues sus continuos anhelos siempre habían sido derramar su sangre en el martirio por su amado. Dicho esto, puso su mejilla sobre su diestra, y recogido en oración, entregó en ósculo de paz su espíritu al Señor. Expiró como quien se duerme en un suave sueño, con tan grande sosiego, que por gran rato se dudó de su tránsito; pensando que era uno más de sus innumerables éxtasis o arrobos que experimentaba en su oración. Fue el día 20 de diciembre de 1567. Contaba de su dichosa edad cuando murió, 63 años. 46 años de religioso agustino. En olor de santidad, fue sepultado a escondidas, para evitar que el pueblo pudiera profanarlo.
         Venerable Padre Fray Juan Bautista Moya: asiduo en la meditación, exactísimo en la obediencia, admirable en la penitencia, sublime en la humildad, adictísimo en la práctica de la pobreza, estrictísimo en la observancia de la disciplina, purísimo en la castidad, perpetuo en la Caridad, Precursor rápido en la conversión de los indios, solícito y fecundo.

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