José Pilar Quezada Valdès -sentado a la izquierda- y Agustín Caloca Cortés -Sentado a la derecha- alumnos en el Seminario de Guadalajaraa
... "en la Iglesia conviven asnos, mulos y machos cabríos, algunos tan salvajes que se sienten deseos de matarlos, pero no es posible porque 'el Amo quiere recibirlos todos en buen estado'."
El Cura de Torcy a su colega de Ambricourt, en: "Diario de un Cura Rural", de Bernanos.

martes, 29 de agosto de 2017

"ERES BIENVENIDO, PARA QUE TE HAGAS COMPAÑERO DEL DOLOR Y LA ESPERANZA". Pbro. José Jesús Mendoza Zaragoza al nuevo Arzobispo de Acapulco



Palabras de bienvenida a don Leopoldo González González.
28 de agosto de 2017 – Colonia Emiliano Zapara

Muy querido Padre Arzobispo Leopoldo:
En representación de mis hermanos sacerdotes de esta Iglesia de Acapulco, me es grato saludarte y decirte que eres bienvenido a esta Iglesia que peregrina en las costas del estado de Guerrero. Reconocemos el valor y el significado del ministerio que el Papa Francisco te ha confiado para que acompañes a este pueblo que ahora te acoge con mucha esperanza.
Estás llegando a una de las ciudades más violentas del mundo y a una de sus colonias más emblemáticas por sus carencias y por sus dolencias. Llegas a un pueblo que está atravesado por sufrimientos generados por la violencia y la pobreza extrema, amenazado en su dignidad y en su futuro. No es mi interés exponer pesimismos ni ser profeta de calamidades. Solo pretendo ser honesto con nuestra realidad que duele mucho y que desencadena múltiples tragedias familiares y comunitarias. Eres bienvenido para que te hagas compañero solidario en nuestro camino de dolor y de esperanza.
Sí, quiero decirte que todavía mantenemos el tesoro de la esperanza entre nosotros, pues aún no nos lo han podido robar. Hay que  reconocer que como ciudad estamos aturdidos por este largo tiempo que no se acaba. Desde hace una década la muerte se ha adueñado de nuestras calles, pero hay algo que nos dice que este no es nuestro destino. Quiero recordar las palabras de san Pablo que ayudan a describir el estado de ánimo de esta ciudad: ‘Por todas partes nos aprietan, pero no nos aplastan; andamos con graves preocupaciones, pero no desesperados; somos perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no aniquilados; siempre y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también en nuestro cuerpo se manifieste la vida de Jesús’ (2 Cor 4, 8-10).
Los sacerdotes de esta Iglesia local, que acompañamos a este pueblo bendito que el Señor nos ha confiado, somos testigos de tanta atrocidad, pero también somos testigos de que la esperanza no está muerta. El ministerio que ejercitamos en medio de este pueblo, entre otras tareas pastorales contempla, precisamente, el fortalecimiento de la esperanza de nuestras comunidades cristianas. Y la esperanza es decisiva para que no matemos el futuro con la resignación ante el Mal expresado en la violencia que nos agobia en todos los rincones de esta ciudad y de nuestro estado de Guerrero.
No olvido las palabras que el Papa Francisco dirigió en Morelia a sacerdotes y consagrados: ‘¿Qué tentación nos puede venir de ambientes muchas veces dominados por la violencia, la corrupción, el tráfico de drogas, el desprecio por la dignidad de la persona, la indiferencia ante el sufrimiento y la precariedad? ¿Qué tentación podemos tener nosotros una y otra vez, nosotros llamados a la vida consagrada, al presbiterado, al episcopado, que tentación podemos tener frente a todo esto, frente a esta realidad que parece haberse convertido en un sistema inamovible?
Creo que la podríamos resumir con una sola palabra: resignación. Y frente a esta realidad nos puede ganar una de las armas preferidas del demonio, la resignación. ¿Y qué le vas a hacer?, la vida es así. Una resignación que nos paraliza y nos impide no sólo caminar, sino también hacer camino; una resignación que no sólo nos atemoriza, sino que nos atrinchera en nuestras «sacristías» y aparentes seguridades; una resignación que no sólo nos impide anunciar, sino que nos impide alabar. Nos quita la alegría, el gozo de la alabanza. Una resignación que no sólo nos impide proyectar, sino que nos frena para arriesgar y transformar.
Padre Leopoldo, acompáñanos en este camino de esperanza, confírmanos en la esperanza, a los sacerdotes y a todo este pueblo que vive tentado por la maldita resignación. No dejes que nos resignemos a las violencias ni que abandonemos a quienes han sido sus víctimas. Por eso te doy la bienvenida, porque el Señor te ha ungido con su Espíritu para que nos anuncies buenas noticias y nuestras esperanzas estén a la altura de las crudas circunstancias que aún nos esperan.
Doy gracias a Dios porque estás con nosotros. Te adoptamos como nuestro pastor y te pido que nos adoptes como tu pueblo. Camina con nosotros, camina con los sufrientes y fortalece las conciencias y las voces para gritar la esperanza y para que nunca se apague. Porque la esperanza es nuestra compañera de lucha y es nuestra victoria.
Bienvenido, Padre Leopoldo.    

Pbro. Jesús Mendoza Zaragoza

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